Este año aprendí que no existe lo permanente, pero sí lo infinito. Que las personas y cualquier circunstancia, no durarán más de lo que deban durar. Y en eso radica la magia de la vida. En saber vivir infinitamente cada momento. Abrazar a cada persona y a cada instante lo más que se pueda, pero sabiendo que inevitablemente se debe decir adiós. Y que aunque sea confuso, está bien, no tiene que ver conmigo o con mi suerte, solo es la vida jugando a ser la vida.
En muchos momentos me cuestioné a mí misma por lo que me estaba viendo obligada a enfrentar. ¿Por qué a mí? ¿Por qué tengo tanta mala suerte? ¿Por qué no logro cumplir mis propósitos? ¿Porqué no me pasan esas cosas a mí? Pues, entendí que soy humana, me duelen las cosas malas que me ocurren, entendí que son procesos que mayormente no puedo evitar. Que necesito enfrentarme conmigo misma, con mis capacidades, con mi aguante, con mi orgullo y mis debilidades. De lo contrario no podría construir las bases que mi corazón, mente y espíritu construyen a diario.
No solo de los momentos felices se logran construir imperios. Hay que batallar. Sacrificarse. Entregarse. Rendirse. Dar resistencia. Pero paso a paso.
Este año aprendí que no soy inmune. Que puedo sentir dolor inmenso y declararme prohibida para los buenos momentos. Pero también aprendí que puedo sentir felicidad enorme. Que puedo ponerme de pie, bailar, saltar, gritar, y no solamente llorar. Aprendí que puedo permitirme vivir mis procesos con intensidad, que es mi vida, que son mis emociones, y tengo permiso de sentirlas aunque los demás no lo comprendan.
Este año me enseñó a soltar. A dejar ir aunque se tratara de cosas o personas muy importantes. No puedo aferrarme a algo o a alguien que desde antes ya se quería ir. No puedo perjudicarme engañándome cuando en el fondo sé que el camino sigue aunque yo prefiera quedarme atrás. Las personas tienen derecho a continuar su camino, así como yo tengo derecho a quedarme donde quiera quedarme.
Este año aprendí muchas cosas, viví lindos momentos y otros no tanto, conocí personas nuevas y perdí a otras. Tanto que decir y a la vez tanto que reservar para mí. No imaginé cerrar este año así, pero entendí que era un regalo de Dios y debo estar agradecida por cada instante vivido, malo o bueno, feliz o triste, con llanto o con alegrías. Dentro de tantas cosas aprendidas, entendí que para aprender a vivir hay que tropezar y recibir muchas decepciones, es inevitable. No hay nada que enseñe más… que equivocarse.
No niego que este ha sido un año muy difícil. Este ha sido un año de descubrimientos que me desestabilizaron, pero sigo viva, sigo con ganas de vivir, sigo queriendo cumplir mis propósitos.
Viene otro año. No sé qué traerá dentro de sus bolsillos, y tal vez no esté preparada para descubrirlo, tal vez nunca lo esté, pero quiero saberlo, quiero vivirlo, quiero ver por mí misma qué hay para mí. No quiero quedarme con la duda. Así que viviré intensamente lo que se viene. Dolor o felicidad, estoy lista.
No obstante la vida es linda y vale la pena tropezar, para poder apreciar su belleza, para aprender a ser agradecidos por lo que tenemos, por los que nos rodea, por nuestro presente y por la inmensa bondad y misericordia de Dios, por darnos segundas oportunidades y creer que podemos levantarnos aún de las cenizas.
Seguir leyendo